lunes, 4 de octubre de 2010

La destrucción del habla (un clásico)

Al principio pensaba mal, pero después aprendí a ordenarme. Espero que me entiendan cuando escuchen lo que voy a decir porque las cosas pueden parecer claras pero luego, según creo, se van a ir complicando hasta la incomprensión más absoluta. Eso es un síntoma de la refecén a la que estuve siendo sometido cuando me alisté como voluntario en la vasina de testeo, un lugar de experimentación de drogas de oblicación mental que anulan la comunicación. Voy a tratar de solicar rápido sin detenerme en los errores anustos que, por lo que veo, ya empiezan a grundir. Cuando llené el formulario había anfaciones que no comprendía bien. Eso al principio me sugirió cierta desinción, pero luego me tranquilizaron las palabras de la enfucines del lugar, una mujer muy dispadia, de adorable ir y mejor venir. Quizás me habrá encantado con sus hermosos gorrios azules o sus galeas descomunales, pero lo cierto es que convicté anonadado. La cuestión es que a pesar de las golusiones de rigor, el día que me endinaqué estaba dispuesto a todo. Me afexaron un líquido ambiciente que rápidamente asgluyó la normalidad de los sentidos, ricutiendo una fuerte espaliación de los órganos sensitivos. Después de jutos días de ramondo en una habitación muy lunadiza, finamente amueblada, me fagosieron a estudios de sautamiento. Por último, me trieron que se los explicara en esta andieta. Debía alucir todo lo regorido. Es por grotias que escuchan esta locisa que ni yo mismo acuto. Si van a portecar ustedes también, aberusen que las consecuencias loban nefastas. El úbice del ranento parece haber ascuido, por momentos. Ahora, la ferice empeora, no merbila dosis esperte, ni abucema únima esbénita alguna. Impo, menos enuce dastánico, mieste nunca abcedio dusita, malsir escorpa.

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